Para Carmen, que emociona sus trayectos en metro leyendo poesía de la buena.
-Ella también compone su personaje. Y lo hace muy bien. La enfermera de hierro.
-Tiene voz y cara de enfermera de hierro, sí.
-Los ojos un poco demasiado pequeños, tal vez. Pero su mirada está muy conseguida.
-Sí.
-La mirada, joven, es la mitad de todas las cosas.
-¿La mitad?
-La mitad.
-Bien.
-La jefa ha visto mis películas. Me ha pedido un autógrafo en cuanto estuve en condiciones de mover la mano.
-Una de las enfermeras jóvenes también conoce sus películas. Me lo dijo. Al menos Pétalos lascivos.
-La peor.
-Yo no diría eso.
-Ya lo digo yo.
-La crítica no la entendió.
-Ni el público. Ni yo misma. Ni siquiera fue un fracaso de taquilla. Mediocre por dónde se la mire.
-A mí la escena del
-La escena del parking. No hay papanatas que no destaque la escena del parking.
-...
-Acérqueme el vaso, por favor.
-Tome.
-...
-...
-Gracias.
-...
-No se ofenda, joven. Pero me da igual que usted se ofenda.
-No me ofendo.
-Es usted un admirador rendido. Tal vez el último en rendirse. Y no es mal final éste que me ayuda a componer.
-No hable de finales. La operación ha ido muy bien.
-Los médicos creen que sólo han sacrificado una parte de mí. Me la mostraron, metida en un frasco.
-La vida es más que la suma de las partes.
-Le reitero mi agradecimiento. Pero no hace falta que abra la boca para darme ánimos. ¿Ánima es sinónimo de alma, verdad?
-...
-Supongo que ha asentido.
-Sí, he asentido.
-Ánima. Bonita palabra.
-...
-Cuando tenía diez años, rompí una botella de cristal en la habitación de mi madre. No en la habitación de mis padres, sino en la que utilizaba mi madre para estar, para ella, para nada. La botella era enorme, de cinco litros, no sé. Estaba llena de aceite. Yo me entretenía haciéndola rodar. Llegué rodando hasta los pies de mi madre, que leía sentada en su silloncito. Allí la botella se rompió. Ninguna otra madre hubiera retirado los cuatro o cinco grandes trozos de cristal en que se había convertido la botella y, tumbándose sobre el suelo aceitado, me hubiese invitado con una sonrisa a tumbarme junto a ella. Nos embadurnamos, nos pintamos de aceite, chapoteamos. Dejamos su habitación hecha una birria. Fue precioso.
-Nunca... ¿por qué no contó esto en sus memorias?
-Porque si lo hubiera hecho, este momento ya no sería un regalo para usted.
-...
-No llore, joven. Y busque a la enfermera de hierro.
-Tranquila...
-Estoy tranquila.
-¿Quiere que llame a su secretaria?
-No hace falta. Ella sabe todo lo que debe saber. Y usted debería saber que el matrimonio de mi secretaria no funciona. Él es un buen hombre. Pero sólo es eso. Usted sabrá lo que debe hacer. Ahora llame a la enfermera, ande.
-Sí, tranquila.
-Nunca lo estuve tanto. Pero llámela. Quiero que sea la primera en este hospital en saber que ya no volveré a hacer películas.
-...